Mientras tu vida
está en camino, la Misericordia de Dios va a la par. No sabe de prisas ni de
tiempos. Te espera pacientemente y te ofrece su incondicional amor
misericordioso. Solo necesitas abrirte a su Palabra y poner tu corazón en
camino de conversión. Precisamente vamos a entrar en pocos días en la Cuaresma,
camino para acrecentar nuestra fe y conversión.
Sin el Señor
nuestro camino está desorientado, dubitativo, perdido y sin posibilidad de
encontrarlo. El mundo nos puede y nos seduce hasta vencernos y, quizás sin darnos
cuenta, alejarnos del Señor y debilitar nuestra fe hasta el punto de
destruirnos. Necesitamos imperiosamente encontrarnos con el Señor, escuchar su
Palabra y abrir nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo que ha venido a
nosotros en la hora de nuestro bautismo.
Se hace necesario
tener paciencia, no correr, pero tampoco quedarnos parados. El camino de
conversión es camino lento pero sin pausas, sin estridencias, sin locuras.
Paciente, confiado, esperanzado y abierto a la acción del Espíritu Santo. Es
camino de injerto en el Espíritu de Dios y de alimentarnos de su Cuerpo y
Sangre que nos proporciona la maduración de la fe y los frutos del Espíritu
Santo.
Tengamos presente que Dios camina a nuestro lado. Lo tenemos siempre presente y abierto a recibirnos misericordiosamente. Nos lo digo de manera magistral y cariñosa en la parábola del hijo pródigo. ¿Recuerdas?