Lc 2,22-35 |
Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que tratas de encontrar al Señor con resultado negativo. Recuerdo ahora que un amigo me dijo que estaba buscando una respuesta un dios y que había mirado en varias religiones. Se equivocan de dioses, porque, el verdadero Dios te busca Él, no tú. Nuestro Dios nos ha creado y no nos abandona nunca. Está siempre pendiente y abierto a nuestro regreso, si nos hemos ido. Por lo tanto, sólo tienes que dejarte encontrar por Él.
Y eso es lo que sucede cada día. No nos damos cuenta, pero, está a tu lado y en todas tus actuaciones animándote a amar, a hacer el bien y a darte gratuitamente en ayudar a los más desfavorecidos. Cualquier cosa que hagas, por pequeña que sea, en favor del necesitado, se lo estás haciendo al mismo Señor. Posiblemente no te des cuenta, pero esos impulsos de amor te los pone Él en tu corazón.
Y tú respondes, porque sientes que es eso lo que deseas, amar. Porque, el amor es ese compromiso de buscar el bien, la verdad y la justicia. Y cuando, tus pasiones descontroladas te impulsan a hacer el mal, a pasar con indiferencia ante estas necesidades y a buscarte a ti mismo, no te sientes bien en lo más profundo de tu alma. Entonces, si te paras, si buscas dentro de ti, encuentra lo que, quizás sin saberlo, buscabas.
Eso fue lo que le sucedió al anciano Simeón. Movido por el Espíritu Santo fue al templo y se ocurrió lo que tanto esperaba: y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».
Quizás tú no lo veas, pero, está a tu lado.