Mientras María de
Betania cree en el Señor, aunque ignora lo de su Resurrección, a pesar de haber
presenciado la resurrección de su hermano Lázaro, su agradecimiento, admiración y amor a Jesús
le impulsa, viendo el peligro en el que está, a ungirle sus pies con una libra
de perfume de nardo auténtico y costoso.
Por otro lado,
Judas había perdido la fe en Jesús y su corazón estaba tentado y puesto en el dinero.
Hasta tal punto que de alguna manera protesto por gastar ese dinero en un
perfume tan costoso para ungir los pies del Señor en lugar de dárselo a los
pobres. Su intención no era esa, sino la de poder acceder al dinero para sacar
partida en provecho propio.
Dos actitudes
contrapuestas y poseídas por intenciones diferentes. Mientras la una es
sincera, agradecida y confiada, la otra es egoísta, infiel, posesiva e indiferente.
Mientras una confía y cree, la otra desconfía y no cree. Mientras una se rinde
al amor fraterno y la paz, la otra se resiste, busca la rebelión, se cierra y centra en su propio egoísmo y en la imposición por la
fuerza.
Nos preguntamos:
¿Dónde estamos nosotros? ¿Somos como esa María de Betania que busca a un Jesús para
darle nuestro amor – el mayor perfume del que disponemos – sin condiciones y
abierto a la acción del Espíritu Santo prometido? ¿O, por el contrario, nos identificamos
con Judas, desencantado del amor misericordioso que ofrece Jesús, incluso a los
enemigos, y deseoso de rebelarse contra el poder romano por la fuerza y el
poder?
¿A qué Jesús
buscamos? ¿Al que pone su mejilla a pesar de las injurias, escupitajos y latigazos
y abraza la Cruz donde muere, o a un Jesús poderoso, caudillo y fuerte hasta
poder dominar y someter a los que no le escuchan y se oponen a su Palabra?
Tanto a ti como a mí nos toca decidir. Eso sí, si quieres contamos con la asistencia, auxilio y ayuda del Espíritu Santo porque solos nos será imposible descubrir el verdadero rostro del Señor.