lunes, 13 de septiembre de 2021

LA FE DEL CENTURIÓN

 

No cabe duda que la fe mueve montañas. Cuando se tiene fe en algo el corazón se activa y se pone en marcha. Pero, hay muchas clases de fe cuya esperanza está limitada en el tiempo y, consumido este, se termina. Sin embargo, cuando los cristianos hablamos de esperanza no miramos simplemente a esa esperanza humana, que también está ahí y es parte de nosotros. 

Hablamos de una esperanza apoyada en nuestra propia experiencia en el Amor y Misericordia de un Dios que forma parte y toma presencia en nuestra vida. Nos acompaña y nos acompañará en la eternidad en la que, confiados, esperamos.

No cabe ninguna duda, esa es nuestra verdadera y plena esperanza, la que llena plenamente nuestro corazón y lo colma de gozo y felicidad. Imagino con emoción que eso fue lo que habrá sentido aquel centurión que mandó a suplicarle a Jesús que curara a su siervo. Me imagino que, aún sintiéndose indigno de ser atendido y menos visitado, puso toda su confianza y esperanza en su Infinita Misericordia.

Sentir y esperar ese tratamiento de un Padre Dios que te conoce, que te tiene como hijo, que te cuida, te sana y te llena de verdadero amor y que te llama a compartir su Gloria en gozo y plenitud eterna es la dicha y la esperanza en la que tu fe debe sentirse apoyada y firme. Es la Roca que nos sostiene y no mantiene firmes. Y esa, así lo entiendo, fue la fe que el centurión experimentó y manifestó al enviar sus siervos para que le dijeran a Jesús: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». 

Nos preguntamos, ¿está nuestra fe cerca de esa experiencia de encuentro con el Señor? Quizás esta humilde reflexión pueda ayudarnos a acercarnos a esa fe como la del Centurión.