viernes, 29 de enero de 2016

COMO SEMILLAS PLANTADAS EN TIERRA

(Mc 4,26-34)

No nos damos cuenta, pero queramos o no, la tierra dará frutos sin que nadie pueda impedirlo, y, también, sin que nadie mueva un dedo. Cada día que riego mi pequeño y pobre jardín, observo como crecen de un día par otros pequeñas flores silvestres que no exigen ni riego ni ninguna preparación. Arranco hoy varias, y, luego, a los tres días hay más.

Igual ocurre en nuestro interior, en nuestra tierra particular, la de nuestro corazón. La semilla está plantada, porque somos semejantes a Dios, y eso significa que estamos hechos para amar. Queramos o no somos semillas plantadas en tierra del amor para dar frutos de amor. Y, a pesar de nuestra apatía, desinterés o indiferencia, daremos frutos. Incluso, sin llegar a saberlo.

Quizás, por su pequeñez y poca importancia pasa desapercibida. Nuestros actos no son, muchas veces, ni siquiera advertidos, pero dan su frutos, y crecen hasta convertirse en un testimonio de amor que inunda los corazones y transmiten el verdadero mensaje de amor. Posiblemente no sabremos el alcance de lo que hemos hechos, pero seremos sorprendidos cuando nos descubra el Señor que le dimos de beber, de comer, o que le hemos vestidos y visitado. ¿Qué cuándo lo hemos hecho? Cuando lo hemos realizado con algunos de nuestros hermanos, los hombre, aquí en la tierra.

El Reino de los Cielos está dentro de nosotros, y sólo espera que le dejemos salir para establecerse entre todos nosotros, y dar los frutos que se derivan del cultivo del amor. Es fácil descubrir un pedazo de jardín donde el cultivo principal sea el amor, porque llega a todos los rincones de ese jardín, y hace brillar a todas las demás flores que viven en él. Se nota con diferencia.

¿Cómo está mi propio jardín? ¿El jardín de mi familia, mi trabajo, mi ambiente, mi circulo social, mis amigos...?