Seguir a Jesús es
tratar de imitarle. Su presencia no es física, pero sí real en su Espíritu.
Está a nuestro lado, camina a nuestro lado e intima con nosotros, siempre y
cuando correspondamos a su ternura y misericordia infinita. Él siempre tiene
sus brazos abiertos a nuestra oración.
Y en la medida que
nosotros, en su Nombre y por su Gracia, demos testimonio con nuestra vida,
nuestras obras, nuestra paciencia, perseverancia, misericordia …etc. estaremos
en la buena intención de imitarle y de corresponder a ese envío que Jesús nos ha
dado en la hora de nuestro bautismo.
Todo lo que hagamos, por corresponder a la proclamación del Evangelio, será ligado a Él, en su Nombre, y por su Gracia. De tal manera que, como diría Pablo, ya no somos nosotros, sino Cristo que vive en nosotros. De alguna manera es dejar y abandonar toda nuestra vida en esa íntima relación – oración – con Él.