Es la pregunta del
millón, ¿cómo y dónde está mi fe? ¿Es una fe que se apoya en la seguridad, en
el bienestar, en la salud y en la confianza de que mi cruz será suave y fácil
de llevar sin muchas dificultades ni problemas? Dicho en otras palabras, ¿una
fe en sintonía con mis intereses, proyectos y bienestar?
Por otro lado,
presiento y me planteo que desde que mi fe no esté de acuerdo con la
dificultades que me plantea mi seguimiento al Señor y no sea tal y como yo lo
intuyo y pienso, estoy dispuesto a romper y torcer el rumbo de mi camino. Es
decir, mi fe no está apoyada en Jesús sino en mi conveniencia e intereses. Me
busco a mí mismo y no a Jesús. Al menos queda claro que no me he encontrado con
Él.
Ese es el
planteamiento del Evangelio de hoy. Una fe apoyada en Jesús, Roca de mi
sustento y existencia, o una fe apoyada en la seguridad que me brinda el mundo
y que ante la amenaza de los problemas que, quieras o no, se presentan en tu
vida, te derrumbas y pierdes la esperanza de levantarte, confiar en el Señor y
acogerte a su Misericordia. Porque, cuando experimentas la cercanía, la
presencia del Señor en tu vida, ésta, a pesar de las amenazas que se te
presentan, tú permaneces en pie fortalecido, firme y agarrado al Señor.
Estar, permanecer y seguir al Señor no consiste en decir «Señor, Señor», sino hacer de tu vida según su Palabra hasta el punto de permanecer fiel, firme y perseverante a su Amor Misericordioso a pesar de que suframos los avatares de nuestra propia cruz.