La vida nos ofrece
muchos momentos de incertidumbre, de tempestades y tormentas que zozobran
nuestra vida y la ponen en verdaderos aprietos y riesgos. Es evidente, la vida
trae consigo muchas tempestades, y quizás, de muchas no sabemos salir. No puedo
evitar este último accidente aéreo en USA del que se dice que pudo evitarse. Al
parecer entre los pasajeros iban jóvenes deportista y, según las noticias, no
hay supervivientes.
El error humano,
nuestras propias negligencias, irresponsabilidades y pecados determinan en
muchos momentos de nuestras vidas que estas se paren o sigan caminando. El
riesgo de perderla siempre está presente. Y cuando vemos venir la temepstad, ¿estamos preparados?; ¿nos acordamos
de nuestro Padre Dios? Es el caso del que hoy nos habla el Evangélico. Posiblemente,
los discípulos dudan, a pesar de que ya han visto obras extraordinarias y
milagrosas de Jesús.
También a nosotros
nos sirve este momento de reflexión para preguntarnos cómo está nuestra fe. A
pesar de nuestra debilidad, de nuestras imperecederas dudas y de nuestra
desconfianza, ¿confiamos en la Misericordia Infinita de nuestro Padre Dios?
¿Tenemos conciencia, y creemos, que Él camina con nosotros, nos acompaña y nos
cuida? ¿Confiamos de que nos ha preparado un lugar para estar junto a Él
eternamente? ¿De verdad, esperamos y confiamos que nos reuniremos cuando acabe
nuestra camino en este mundo?