Lc 2, 16-21 |
Jesús nos enseña
ese camino de vigilancia e intimidad con su Padre Dios. Él también ha asumido la
naturaleza humana. Y la asume sin saltarse nada de lo que pertenece a la
condición humana. Nace, crece, se esfuerza, siente, padece, sufre, tiene sed,
hambre y necesidad de estar en permanente contacto con su Padre, de donde viene
y ha sido enviado. Y se muestra tal es, un niño indefenso, débil, desarmado y
sin ninguna señal de poder.
Los pastores que
van corriendo no encuentra a un Niño poderoso y espectacular. No encuentran la
solución a sus problemas de pobreza ni de sufrimiento. Pero se vuelven esperanzados
y llenos de un gozo de esperanza y paz. Fortalecidos por la esperanza de
encontrar en el tiempo respuesta a sus deseos de felicidad y vida eterna.
Es notorio, ese Niño nacido en Belén nos habla de una paz que se hace posible cuando somos capaces de despojarnos de todo deseo material que invade nuestro corazón y lo endurece egoístamente para enfrentarlo al otro. Cuando somos capaces de llenarnos de amor gratuito y darnos sin condiciones abiertamente, sin fisuras ni egoísmos. En Él – ese Niño – encontramos esa esperanza que huele a paz y salvación eterna.