lunes, 11 de marzo de 2019

EN LA HORA DE LA VERDAD

Resultado de imagen de Mt 25,31-46
Es tremendo el Evangelio de hoy y tremenda también la ceguera con la que vivimos. La realidad de nuestra vida es ésta. De nada vale tus éxitos, tu fama, tus victorias, tus riquezas, tus bienes, tu gloria y poder, porque todo quedará en este mundo y no servirá para nada. ¿Acaso todo eso te va a servir para vivir mejor después de la muerte? ¿O no crees que hay otra vida después de la muerte? Entonces, ¿para qué Resucitó Jesús? ¿O tampoco crees que haya resucitado?

Todas estas preguntas están esperando una respuesta tuya y mía. La mía está ya decidida. Yo sí creo y lucho por descubrir en cada persona la presencia de Cristo. ¿Me cuesta? Claro, pero sé también que no estoy sólo y que el Espíritu Santo recibido en mi bautismo me ayuda a descubrirlo y a responder siendo fiel a la Palabra del Señor.

Porque, una cosa si es cierta, para ello no hace falta la fe porque lo vemos a cada momento. En esta vida no se consigue la felicidad, ni siquiera un buen rato, porque de la misma manera que aparece se esfuma. Todo lo de aquí abajo no te sirve para hacerte feliz. Bienes, poder, gloria, éxito y riqueza se quedan aquí abajo y lo único que pueden hacer es darte un poco de felicidad mediocre que nunca llega a ser plena y profundamente gozosa.

Al final de nuestra vida, o dicho de otra forma, la meta de nuestra vida es darte a los demás y esforzarte en ver a Jesús en todos aquellos que sufren y que necesitan comer, beber, vestirse, salud, ser visitados, acogidos... etc. Eso significa amar y eso es lo que nos enseñó Jesús y nos lo vino anunciar del parte de su Padre.