jueves, 22 de noviembre de 2018

JERUSALÉN NO ABRE SU CORAZÓN AL SEÑOR

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Lc 19,41-44
Los evangelios nos reflejan el rechazo de Jerusalén al mensaje del Señor. Y la Pasión de Jesús sigue a la de tantos profetas, el último Juan el Bautista, que son rechazados y condenados por las autoridades religiosas de Jerusalén. Jesús conoce la historia y sabe lo que le espera a Él también.

El pueblo rechaza al Dios, hecho Hombre, que viene a liberarlos y forma en su imaginación al dios que ellos quieren que venga a liberarles. Se trata de un dios creado en su imaginación que coincide también con los que ellos quieren ver y esperar. Y, claro, todo lo que no les gusta, de ese supuesto Dios para ellos, lo rechazan y lo condenan. Así, Jerusalén no abre su corazón al Señor.

Pero, ha cambiado algo en el tiempo con respecto a nosotros. Es ahora su Iglesia su pueblo, y nosotros, quizás también dentro de su Iglesia, no estamos muy conforme con sus planes y proyecto. Jesús no se pone al lado de los sacerdotes y autoridades religiosas de su tiempo. Está al lado de los pobres, de los marginados, de los leprosos, de los paralíticos, de los publicanos, de las prostitutas y homosexuales y de todos los rechazados por los que se creen puros.

¿Y ahora, al lado de quien está? Sigue con los mismos. Lo repite hasta la saciedad: "He venido a salvar a los pobres y pecadores". Somos nosotros ahora su Jerusalén celeste y tenemos que ponernos junto a Él y a su lado. Quizás no estamos justamente en el lugar que debemos. Posiblemente un poco ladeados y no junto a Él, pero podemos acercarnos más y más hasta injertarnos en Él.

Para ello debemos desterrar y despojarnos de nuestro orgullo, de nuestras ambiciones y proyectos y de nuestras ideas. Dejarlo todo es poner a Jesús, el Hijo de Dios verdadero, en el centro de nuestra vida y esforzarnos en hacer diciendo su Voluntad. Nunca solos, sino confiando y abriéndonos a la acción del Espíritu Santo.