miércoles, 30 de mayo de 2018

LA CRUZ DE CADA DÍA

Resultado de imagen de Mc 10,32-45 dibujado por Fano
Mc 10,32-45
Podemos decir eso, nuestro camino lleva una cruz. Esa cruz del servicio, de dar bien por mal, de soportar toda injuria, burla, afrenta e incluso hasta el extremo de entregar la propia vida. Está pasando en todos aquellos que siguen subiendo a Jerusalén con Jesús y sucedió con Él mismo. Y nos lo dice hoy claramente en el Evangelio:  «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará».

Pero, el final nos colma de alegría y de gozo, pues nos aclara que al tercer día resucitará. Eso es lo único importante, la muerte no puede con la vida y el resultado final es de triunfo y victoria. Conocemos el camino y su dureza, pero tenemos al Señor que ha Resucitado y se ha quedado entre y con nosotros. Él está a nuestro lado en el camino y con Él vencemos todas las dificultades. Nos ha dejado dos herramientas que nos levantan y no fortalece, los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. 

Si con el primero levantamos nuestra alma limpiándola de todos nuestros pecados, que cometemos por nuestra debilidad en el camino, con el segundo recibimos el alimento espiritual de su Cuerpo y Sangre que nos transforma y nos configura con Él para vencer ante las dificultades y la cruz de cada día. Sí, la cruz se nos hace pesada en muchos instantes y momentos de nuestro camino, pero junto a Jesús y fortalecidos por el Espíritu Santo recibido en nuestro bautismo, podemos subir la cuesta que nos impone nuestra propia cruz.

Un servicio solidario, exigente, justo, honrado y fraterno. Un servicio, no dado como limosna sino entregado por amor desde el compromiso bautismal. Un servicio que te ayuda a levantarte, a caminar y a poner también tú de tu parte tu fuerzas, tu compromiso, tu colaboración y tu correspondencia al amor de Dios que se hace presente en el hermano por la acción del Espíritu Santo.