La   preocupación nace del tomar conciencia de lo que va a venir. También  la  alegría es producto del buen futuro que se nos descubre. Así que,   dependiendo de nuestro futuro será nuestro presente.
Nuestro   SEÑOR JESÚS nos previene y dispone a estar preparado para lo que se   avecina. Nos llama la atención a observar la naturaleza y sus cambios   para darnos cuenta cuando acaba una estación y llega la otra. El   florecer de los frutos nos indica la llegada del verano y la caída de   las hojas el otoño seguido del crudo invierno. Para entonces estaremos   resguardados y provistos del calor para defendernos del frío.
De  la  misma forma, JESÚS nos advierte del final de los tiempos y nos  llama a  estar preparados y agarrados a ÉL. No hay nada que temer, pues  ÉL es  SEÑOR del tiempo, de la muerte y de la vida. Todo está en ÉL y  junto a  ÉL no hay nada que temer, por lo tanto, sólo hay una cosa vivir  con, en y  por ÉL todos los momentos de nuestra vida.
Estamos  llamados a la eternidad y este nuestro vivir temporal es sólo un camino  para emprender el definitivo eternamente. Por lo tanto, nunca hay un  adiós definitivo, sino un hasta luego, porque volveremos a encontrarnos.  Ese sabernos hijos del PADRE y llamados a la eternidad nos motiva para  vivir en su presencia. 
Enseñanos, DIOS mío, a percibir
tus huellas en las cosas de este mundo.
A observar que todo movimiento es
motivo de tu aliento, y toda vida ha
sido creada por TI.
Pero, mejor SEÑOR, haznos tomar
conciencia de que a tu lado nada
tenemos que temer, porque
 estando en TI mis frutos
serán como TÚ los quieres. Amén.
 
