Queremos pero no
podemos. Es lo que dijo Pablo: hago lo
que no quiero y dejo de hacer lo que realmente quiero. El eterno problema
mientras caminamos por este mundo. Somos de barro y nos rompemos al instante
que experimentamos las seducciones de este mundo. Sin embargo, queremos y en
ese querer está nuestro perseverar que pide la fortaleza de nuestro Padre Dios.
Quien persevera se
salvará nos dirá Jesús en otro momento. Juan nos señala al Cordero que
necesitamos para perseverar. Porque solo el Cordero de Dios quita los pecados
del mundo. Mientras el bautizo de Juan era de agua, en Jesús seremos bautizado
en el Espíritu Santo que nos fortalecerá y acompañará en el trayecto de toda
nuestra vida a fin de superar y vencer todos esos obstáculos que trataran de
hacernos caer y desviarnos del encuentro con el Cordero de Dios.
Jesús es el Buen
Pastor al que hoy señala Juan como el Cordero de Dios. Mesía que nada tiene que
ver con poder y violencia. Un Mesía que se presenta como Cordero, manso y
humilde en aroma de debilidad y sencillez. Un Cordero que mostrará su arma poderosa
del amor con la que vencerá al pecado, centro del mal y perdición de la
humanidad que le impide vivir plenamente el destino de amor para la que fue
creada.
Será el amor el que vencerá al pecado. Nunca por medio del poder, la fuerza o violencia. Siempre por amor, humildad y obediencia desde el respeto a la libertad y verdad. Y en ella, nuestra Madre María, tenemos la mejor aliada. Ella nos aconseja, nos acompaña, nos comprende e intercede a su Hijo por todos nosotros.