Uno de los
acontecimientos que me vigoriza, fortalecen y me llenan de esperanza es el
pensar que el momento de mi muerte será el encuentro más esperado y deseado de
mi vida: Encuentro con la Santísima Trinidad. Y digo esto porque todas mis ansias
en esta vida y en estos momentos de mi camino están puestas en ese encuentro.
Nada me ilusiona, apasiona y me llena de esperanza sino ese encuentro
definitivo y eterno.
Porque eso quiero
y busco, que sea eterno y pleno de gozo y felicidad. Y eso me anima al esfuerzo
diario de vivir en su Palabra, en luchar por vencer mis egoísmos, mi soberbia,
mis errores y pecados. Y también, simultáneamente, experimento mis debilidades,
mis impotencias y mis fracasos. Mis desesperos de ver que no doy la talla, que
le fallo cada día y que solo en y con Él podré vencerme y darme.
En ese contexto me
doy cuenta de que su Misericordia es la clave. Sigo con esperanza, a pesar de
mis caídas e impotencia, por su Infinita Misericordia. Y también experimento
que algo voy mejorando por su Gracia. Sí, indudablemente, si miro para atrás
veo que algo he avanzado y que con la asistencia del Espíritu Santo algo he mejorado.
Y eso me da ánimo, confianza, esperanza y alegría.
Dios se ha hecho
Hombre y, tomada esa Naturaleza Humana, me ha revelado el Amor del Padre y su Infinita
Misericordia. Y me ha señalado el Camino, la Verdad y la Vida que, enterrada en
mi corazón, estaba ya impresa a fuego. Y yo, humildemente y contando con Él,
quiero irla desenterrando cada día un poco para que Viva en mí mi Señor Jesús,
crucificado por amor para darme esa Vida que late dentro de mí. ¡Gracias,
Señor.!
Y todo esto empezó con María, la Madre elegida por el Padre y que nos ha regalado su Hijo. Madre corredentora que nos acompañas y nos acoge y nos regala desde tu bendita entraña a tu Hijo, nuestro Redentor y Salvador. Amén.