Tampoco entra en nuestras cabezas
lo de la resurrección. Desde nuestra lógica humana entendemos que los apóstoles
se mostraran aterrorizados y llenos de miedo. Y también nosotros nos
aterrorizaríamos si Jesús se nos apareciera. Pensaríamos que es un espíritu o
fantasma. Confieso que muchas noches en casa he pensado: —si se me apareciera
Jesús ahora, temblaría del susto.
Y, es cierto y verdad, que nosotros
llevamos mucha ventaja. Sabemos por muchos testimonios, entre ellos, los de los
apóstoles, que Jesús ha resucitado y está entre nosotros. Y estará hasta el
final, son sus propias – Mt 28,20 – palabras. En consecuencia, a nosotros no
debería extrañarnos. Claro, dependerá de nuestra fe. Sin embargo, debemos
admitir que impone y, posiblemente no podremos controlarnos.
Por eso, Jesús que sabe y conoce
todo respecto a nosotros, nos ofrece sus heridas, nos invita a tocarla, a palparla;
nos pide de comer para que comprueben su humanidad, y come delante de ellos.
Jesús estará estos cincuenta días, hasta Pentecostés, demostrando su Resurrección
a los apóstoles con el fin de que se convenzan de que ha resucitado, tal y como
les había dicho.
Pero, todo eso, también vale para
nosotros. Estos cincuenta días hasta Pentecostés son también para nosotros,
para que experimentemos que Jesús ya no está en el sepulcro. Ha resucitado y
está entre nosotros. Convenzámonos de eso, y pidamos al Señor que aumente
nuestra fe.