No nos hará falta
indagar y profundizar mucho para darnos cuenta, por nuestra propia experiencia,
que el dinero no es buen compañero. Sabemos de muchos pleitos, enfados y
separaciones por dinero. Incluso extremos de llegar a la muerte. Y es que
cuando anida en nuestro corazón la llama del dinero y hacemos de ella nuestro
centro, nuestra vida se desordena, se desequilibra, se empobrece y se pierde. Él
dinero nos secuestra y nos adormece hasta el punto de esclavizarnos y
desbaratar nuestras más buenas y mejores intenciones. Llega a instrumentalizarnos
y a ensuciar relaciones leales y bien intencionadas. Es un peligro constante y
una bomba de relojería en nuestras manos.
El Señor lo
declara abiertamente un peligro hasta el punto de decir que no se puede servir
a dos señores a la vez. O se hace el dinero el dueño de tu corazón o lo
destierra del epicentro de tu vida y pones a Dios en su lugar. Porque, cuando absolutizas
el dinero, desalojas a Dios de tu corazón y te haces enemigo de cualquier amor
verdaderamente humano.
Es esa la línea roja la que nunca debemos traspasar y que Jesús, el Señor, nos lo advirtió claramente: Dios o las riquezas. Una línea roja que busca y persigue proteger la humanidad. Precisamente, vivimos momentos en los que manantiales de riquezas quieren ordenar un mundo nuevo volviéndole a Dios la espalda. Y cada vez que la cruzamos, nos dice Francisco José Ruiz, SJ, es nuestro corazón quien nos lo recuerda: solo tenemos amor para un Señor, el que nos creó y nunca nos querrá vender.