Todos queremos,
luchamos y buscamos ser libres. La libertad, decimos, es un don hermoso y
grande. Desde siempre los pueblos han luchado por la libertad y, Dios, Señor y
Creador de todo lo visible e invisible te ha creado libre. Libre para decidir
elegir el bien sobre el mal; libre para reconocerle o rechazarle como tu Señor y
Creador; libre para reconocerle Padre Misericordioso que te regala, libremente
y por Amor, tu bien y salvación eterna.
No es la ley tu
Dios, sino un camino por el que llegas a Dios. La ley te orienta a buscar el
bien aunque no siempre es el bien. Porque tendrás que distinguir que ley viene
de Dios y cuál de los hombres. Solo la
Ley de Dios es perfecta y está por encima de todo. Por tanto, ¿cómo prohibir
hacer el bien porque sea sábado? ¿Acaso la ley del sábado somete al bien del
hombre? ¿Está, pues, la ley por encima del hombre? ¿No es al revés, la ley al
servicio del hombre?
¿Y qué sucede hoy?
Se hace la ley para adorarla y cumplirla por encima del bien del hombre? ¿Se
hace la ley atendiendo a los intereses de los que gobiernan y sometiendo a los
débiles? No hace falta levantar mucho nuestra vista para darnos cuenta de que
mucho de esto está en este momento sucediendo.
Y no podemos quedarnos
con los brazos cruzados. Jesús nos ha dado ejemplo y nos ha mostrado como
debemos responder: (Lc 13,10-17):
… Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en
sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es
hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien
desatarla de esta ligadura en día de sábado?» …
De la misma manera hoy tendremos que salir a la calle y a las plazas para denunciar esta hipocresía e injusticias de los que quieren esclavizar al hombre y someterlo a sus leyes. No te quedes en el optimismo de que esto se arregla solo. El Señor te ha dado unos talentos y cualidades para que las pongas en juego y las utilicen en el bien de todos. Y la libertad, cosa que se está jugando en el mundo en estos momentos, es un don precioso de nuestro Padre Dios.