Es evidente que el
pecado hace estrago en nuestro corazón. Nos engaña y nos seduce haciéndonos ver
en la mentira y el dolor alegría. Porque eso es lo que nos sucede, alegría para
hoy, falsa y engañosa, y tristeza y dolor para la eternidad. Así nos presenta
el mundo, demonio y carne la búsqueda de la felicidad. Nos la revisten de
apariencias y mentiras para arrastrarnos a la perdición.
¿Por qué digo
esto? Simplemente porque la Navidad, un tiempo de alegría y de esperanza donde
recibimos la Buena Noticia de la liberación y salvación eterna, exige simultáneamente
también caminos de dolor y tristeza. La felicidad, y eso lo sabemos porque lo
hemos experimentado, nos exige esfuerzo, trabajo y sacrificio. Y eso deriva en
muchos momentos y circunstancias en dolor y tristeza. Sin embargo, nunca podemos
perder de vista que detrás de ese dolor se esconde esa felicidad que buscamos y
que es nuestro mayor tesoro. El gozo eterno de alcanzar la Gloria de vivir
eternamente junto a Dios.
¿Y por qué sucede
esto así? Obviamente porque el amor que ese Niño Dios nos trae y nos ofrece no
ha sido acogido. Observamos como ha nacido y como ha sido rechazado en la medid
que se va anunciando. Son, muy significativo, los pastores y los pobres los que
acogen el Anuncio y se acercan al nacimiento del Niño Dios. Y, también lo
sabemos, cuando el amor se rechaza abunda el pecado y los enfrentamientos entre
los hombres. Se impone la ley del más fuerte. Entonces, cuando amas sufres y
experimentas tristeza.
Por eso, cuando llega la Navidad al mismo tiempo que te alegras experimentas tristezas por todos aquellos que sufren y que padecen dolor, hambre y sed, injusticias y amenazas de muerte. El amor, la Buena Noticia, se rechaza y no se acoge. Y quienes aman e intentan anunciar esa Buena Noticia pasan también simultáneamente alegría, dolor y padecen tristeza.