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Mt 5,1-12 |
Todos hemos experimentado la verdadera felicidad cuando hemos vivido y realizado una buena obra de forma incondicional y gratuita. Nuestro corazón se llena de gozo y sentimos una paz que nos llena de felicidad. ¡Experimentamos que nos sentimos bien!
A primera vista, el camino de las bienaventuranzas aparenta todo lo contrario. Desde nuestras apetencias e inclinaciones humanas, las bienaventuranzas, propuestas por Jesús, no invitan a seguirlas ni tampoco apetece vivirlas. Exigen renuncias, sacrificios y dolores que son contrarios a nuestra naturaleza humana, la cual, herida poro el pecado, busca satisfacciones, apetencias y placeres. Un programa como las bienaventurazas nos costará aceptarlo.
Sin embargo, hay una gran contradicción que nos cuesta descubrir y ver. Esa felicidad que buscamos desesperadamente se esconde en ese estilo de vida bienaventurado. Detrás de la renuncia, del dolor y sacrificio subyace el gozo, la alegría y la felicidad buscada. Y eso no nos es extraño. Lo hemos experimentado algunas veces cuando realmente hemos amado y vivido algún acontecimiento donde hemos actuado como pensábamos que debíamos actuar, a pesar de tener que renuncias y despojarnos de alguna apetencia y egoísmo.
Entonces hemos experimentado esa felicidad que buscábamos. Y es que Jesús no nos propones algo contrario a nuestros intereses y felicidad. Porque, Él busca nuestra felicidad, y las bienaventuranzas son el camino para encontrarla y para, no ser feliz un rato o tiempo, sino para siempre. Pero, claro, exigen limpieza, buena intención y purificación del corazón. Seguir y vivir ese estilo bienaventurado necesita un corazón limpio y despojado de toda contaminación maligna de pecado. Y la experiencia es que ese camino empieza a descubrir esa felicidad que todos buscamos