Esa es la cuestión
que Jesús cumple con firmeza, libertad y firme decisión: «Vivir
y asumir libremente y confiado la misión que el Padre le ha confiado».
Y es también para nosotros. Seguirle nos compromete a vivir asumiendo nuestras
circunstancias y cruces. Porque, las cosas buenas, agradables y dulces todos las
sabemos asumir y aceptar. Es verdaderamente la cruz la que nos examina y
descubre realmente nuestra medida de amor.
Nos toca a
nosotros emprender el mismo camino salvando, claro está, las diferencias. Cada
cual tiene una misión y una mochila con lo suficiente – cualidades y talentos –
que ha recibido para llevarla a cabo. Y un camino que recorrer, su larga o
corta vida. Conviene, pues, aprovecharla y no desparramarla innecesariamente en
cosas vanas y caducas. El camino se hace corto y perder nuestro tiempo es oro
mal empleado.
La vida nos irá
presentando los acontecimientos que nos ayudaran a cumplir con nuestra misión.
Misión que no es otra sino vivir en la Voluntad del Padre. Y digo «vivir»
porque no se trata de cumplir sino de vivir, experimentar y hacer la voluntad
del Padre. Ese Padre del que hemos visto que el domingo pasado nos mandaba a
trabajar en su Viña. La Viña del mundo en que vivimos haciendo precisamente su
Voluntad.
Una Voluntad que
no es nada fácil cumplirla. Una Voluntad que se hace incómoda, comprometida,
complicada y llena de dudas que nos confunden y nos amenazan con abandonar ese
mandato. Aquel hijo de la parábola del último domingo rechazó el mandato de su
Padre. Más tarde comprendió que la Voluntad de su Padre es lo mejor para él y
lo que más le convenía. Un Padre Bueno nunca pide ni exige nada malo para su
hijo. Al contrario siempre le da lo mejor y lo que más le conviene. Y, le hijo,
rectifica y obedece.
Pero, posiblemente
nos identificamos con el otro hijo, aquel que guarda las apariencias delante de
su Padre, quizás por miedo a que no le riña, pero no obedece. Antepone primero
su voluntad, sus perezas, sus caprichos que la Voluntad del Padre. No se siente
identificado con su Padre ni cercano a Él. Tampoco confía en su Amor
Misericordioso ni en su Bondad Infinita. Vive en las apariencias y en la
mentira.
Pensemos: ¿No es
lo más acertado confiar en ese Padre Bueno que nos amar hasta el extremo de
entregar a su Hijo predilecto para liberarnos de la esclavitud del pecado?