martes, 30 de octubre de 2018

EN EL SILENCIO DE CADA DÍA

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La fe es un don de Dio y crece en nosotros como un regalo de su Voluntad. Pero, quizás no advertimos su crecimiento al igual que nos sucede con nuestro pelo o las plantas. Crecen sin darnos cuenta mientras estamos ocupados en otras cosas o dormimos. Sin embargo, experimentamos dentro de nosotros un deseo irrenunciable de amar y de realizar buenas obras. Experimentamos gozo en darnos y trabajar por construir un mundo mejor.

Sí, el Reino de Dios es como esa semilla insignificante por su tamaño y casi invisible a la vista, que, sin percatarnos de su presencia, va creciendo y transformando nuestro corazón hasta el punto de movernos, por la Gracia de Dios a entregarnos y darnos por y para el bien de los otros. Es también, nos dice Jesús, como esa pequeña porción de levadura que introducida en la masa la fermenta y la hace grande.

Desde lo pequeño a lo grande; desde la humildad al amor de dar por el bien de los demás. Todo empieza por aceptar nuestra pequeñez humildemente abriéndonos a la Gracia de Dios para que haga maravillas en cada uno de nosotros. Somos pequeñas semillas que sólo Dios transforma con nuestra disponibilidad y libertad a dejarle actuar en nosotros. Nos ha hecho libre y cuenta con nuestra participación. Así lo ha dispuesto y querido. También nosotros tenemos que colaborar.

Lo ha dejado a nuestro libre albedrío, pero necesita la tierra de nuestro corazón para abonarla con su Gracia y producir los frutos esperados.