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(Mt 10,1-7) |
Cuando alguien recibe una buena noticia, inmediatamente sentimos el deseo de comunicarla. Sobre todo a aquellas personas más próximas, porque, entre otras cosas, queremos compartirla y extender ese deseo de gozo y alegría a otros que sabemos que también gozan y se alegran.
Esa experiencia es común a todos los hombres y todos las hemos experimentados. De la misma manera, cuando la noticia es triste, también sentimos la necesidad de compartirla, al menos con las personas más allegadas e íntimas, porque de esa manera aligeramos el peso de la tristeza.
¿Cómo entonces no vamos a compartir y a proclamar la Buena Noticia de sentirnos salvados, redimidos, perdonados y amados por nuestro Padre del Cielo? Lo bueno es necesario conocerlo para quererlo, y la Noticia de que Dios es nuestro Padre y ha enviado a su Hijo para rescatarnos por el amor es la mejor noticia que podamos oír. Por eso, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus
inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
También nosotros, desde nuestro entorno, desde nuestras circunstancias y situación no podemos callarnos. Dependiendo de la llamada que el Espíritu nos aliente, debemos ser testigos gozosos de la Palabra de salvación que llevamos en nuestro corazón. Y experimentamos que cuando compartimos la fe, esta se fortalece.