miércoles, 10 de julio de 2013

¿SOY YO TAMBIÉN ELEGIDO?

(Mt 10,1-7)


Cuando alguien recibe una buena noticia, inmediatamente sentimos el deseo de comunicarla. Sobre todo a aquellas personas más próximas, porque, entre otras cosas, queremos compartirla y extender ese deseo de gozo y alegría a otros que sabemos que también gozan y se alegran.

Esa experiencia es común a todos los hombres y todos las hemos experimentados. De la misma manera, cuando la noticia es triste, también sentimos la necesidad de compartirla, al menos con las personas más allegadas e íntimas, porque de esa manera aligeramos el peso de la tristeza.

¿Cómo entonces no vamos a compartir y a proclamar la Buena Noticia de sentirnos salvados, redimidos, perdonados y amados por nuestro Padre del Cielo? Lo bueno es necesario conocerlo para quererlo, y la Noticia de que Dios es nuestro Padre y ha enviado a su Hijo para rescatarnos por el amor es la mejor noticia que podamos oír. Por eso, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. 

También nosotros, desde nuestro entorno, desde nuestras circunstancias y situación no podemos callarnos. Dependiendo de la llamada que el Espíritu nos aliente, debemos ser testigos gozosos de la Palabra de salvación que llevamos en nuestro corazón. Y experimentamos que cuando compartimos la fe, esta se fortalece.