lunes, 1 de diciembre de 2025

LA FE DEL CENTURIÓN

Mt 8, 5-11

      Oyes, recoge estos utensilios y llévalos a la parte de arriba; allí los necesitan. Tú, saca el furgón del garaje y vete al puerto a buscar la mercancía. Ustedes, revisen los correos que hemos recibido y organicen las ventas que se nos han pedido.

    Estas eran las órdenes que Leopoldo, jefe gerente de la empresa, daba a sus subordinados. Todos sus mandatos eran ejecutados de manera urgente y diligente. Era un buen jefe y estaba muy bien considerado por quienes trabajaban con él.

     —¿Qué advierten ustedes en Leopoldo para que sus subordinados lo valoren como buena persona y buen jefe? —preguntó Manuel a los tertulianos presentes.
    —Yo veo en él seriedad, disciplina y respeto. Trata muy bien a todos, sin distinción de origen, calificación o condición —respondió uno.
    —Creo que también es generoso y comprensivo —añadió otro con delicadeza—. Y, además, compasivo.

      Manuel sonrió, se levantó y abrió la Biblia con suavidad. Leyó en voz serena:

    —Mt 8, 5-11. En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

     Luego, mirando a todos con una expresión confiada y tierna, continuó:

    —Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también…»

    Observamos cómo el centurión se percibe pequeño e indigno ante la santidad de Jesús; cómo admira Jesús el cariño que tiene por su criado y, sobre todo, su profunda fe.

   De la misma manera, Leopoldo actúa así con sus subordinados: con respeto, ternura y compasión. Que su ejemplo nos inspire para que también nosotros tratemos con cariño a quienes están a nuestro cargo y ejercitemos una autoridad que nace del servicio, la humildad y el amor.

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