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(Mt 23,1-12) |
Nos sentimos inclinados a sermonear, a dar consejos, a ser considerados como maestros y a que se nos imite y se nos haga reverencias y a que se nos ofrezcan privilegios y los primeros puestos. Son las consecuencias de nuestros pecados, que nos someten y nos esclavizan. Sin embargo, no es este el problema, porque por la Misericordia y la Gracia del Señor estamos salvados.
Hemos sido rescatado por la Pasión y Muerte del Señor Jesús, una Muerte de Cruz que nos ha redimido y librado de la esclavitud del pecado. Por lo tanto, nada, como diría el Beato Juan Pablo II, hay que temer. Eso sí, hagamos el esfuerzo de superarnos, de no atrevernos a predicar ni proclamar la Palabra del Señor sin antes estar dispuestos y comprometidos en vivirla. Porque, primero debe ir nuestro testimonio y después, si hace falta, nuestra palabra.
Pidamos estar atentos, por la Gracia de Dios, y abandonados a la acción del Espíritu Santo, dejarnos llevar, conducir y dirigir por los caminos que el Espíritu de Dios nos señala. Amén.