Lc 2,16-21 |
Son los sencillos, los pobres, los últimos y los excluidos. Son los pastores que vigilan sus rebaños y que, alternándose, turnan sus horas de sueño y descanso. Y son los elegidos e invitados al anuncio del Niño que nace en Belén.
Un Niño Dios encarnado, que nace en silencio, sin estridencias ni alardes de grandeza y que decide participar de su nacimiento - de su venida a este mundo - a los pastores, pobres y humildes, quizás por obligación, porque, la ostentación al poder y la riqueza es una tentación a la que estamos todos predispuestos.
Ser pobre y humilde es una necesidad a la que todos debemos aspirar. Y eso no significa no tener lo necesario y hasta abundancia. ¡No!, la riqueza y abundancia no están reñidas con la pobreza y humildad. Ambas son compatibles y pueden cohabitar y vivir juntas. La cuestión es que la pobreza duerme dentro de tu corazón y se descubre cuando eres capaz de reconocer la grandeza de ese Niño Dios encarnado en una naturaleza como la tuya. Quizás, no lo sabemos, algunos pastores no acudieron a ese anuncio que les revelo el ángel. Posiblemente eran ricos y soberbios.
Confieso que, quizás yo, siendo uno de esos pastores hubiese tenido dudas a ese anuncio del ángel. Por tanto, la riqueza, no consiste en tener, sino en compartir. Se trata de una actitud abierta a las necesidades de los demás y de reconocer y pensar - darte cuenta - que lo que tienes - material y espiritual - lo has recibido gratuitamente y para compartir con los que lo necesitan.
Esas actitudes de pobreza y humildad son las que debemos renovar cada día de nuestra vida y, aceptando la invitación del ángel, acudir a Belén, porque el Niño Dios nace cada día.
FELIZ AÑO 2021