domingo, 7 de julio de 2024

INMOVILIZADOS DESDE NUESTRAS PROPIAS FAMILIAS Y ORÍGENES

La tradición y la propia familia actúan muchas veces como antídoto contra el crecimiento y maduración tanto humana como espiritual. En lugar de ser circunstancias y ambientes favorables para catalizar y permitir el crecimiento y madurez tanto humana como espiritual, resulta que actúan de forma contraria.

Una voz nueva que anuncia cosas nuevas, vino nuevo y para el cual pide odres nuevos, es rechazada y solamente ofrecido odres viejos. No salen de lo tradicional y acostumbrado y remiendan lo aparente nuevo con paños viejos. De esa manera, el anuncio de la Buena Noticia no llega, queda eclipsado y oculto por lo tradicional, lo acostumbrado y lo ya conocido. Viene de nuestros antepasados y se opone a lo nuevo. Y menos en boca de un desconocido que sabemos y conocemos de donde viene.

Ese fue el resultado de lo que sucedió con Jesús en su propia ciudad; en y con sus propios paisanos y familia. No fue escuchado ni atendido. Era uno de los suyos, el hijo del carpintero y de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón. Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí? ¿De dónde saca todo eso?

La conclusión: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». Y, en consecuencia, Jesús no pudo hacer allí ningún milagro, y sucede lo mismo hoy aquí, en nuestros ambientes y en nuestras parroquias y pueblos. Nos falta la fe, la confianza en el Señor. Y a los que tenemos al lado los conocemos, ¿y qué nos van a decir?

Posiblemente no le damos ningún valor a aquellos que nos hablan y nos dan testimonio de su fe. Quizás esperamos cosas grandiosas que nos asombren y perdemos la oportunidad de descubrir que Dios está en lo sencillo, en la brisa suave o en las cosas pequeñas y débiles. Abramos los ojos.