domingo, 2 de julio de 2023

UNA CRUZ QUE NOS CUESTA ENTENDER

En el dolor encontramos el verdadero sentido de nuestra vida. Porque, el dolor nos enseña a aceptarnos, a aceptar al otro y a descubrir que amar es darnos incondicionalmente. Y esa clase de amor sin dolor no existe. Observemos el amor de los padre hacia sus hijos, ¿no es como estamos diciendo? Amar es abrazar la cruz. Una cruz que, siguiendo nuestra razón, nos cuesta entender. Pero esa es la Cruz que eligió Jesús, nuestro Señor. Y cuando nos proponemos seguirle tendremos que coger esa cruz, las que nos toca a nosotros, cargarla sobre nuestros hombros y seguirle.

Por tanto, poner otra preferencia o amor ante que la Cruz, es decir, ante que el Señor, es apartarlo a un segundo plano, dejarlo a un lado y mostrarnos con cierta indiferencia ante Él. Solo un amor incondicional y dispuesto a entregarse plenamente tal y como Jesús lo ha hecho es el amor que abre los brazos al mundo sin condiciones y sin esconderse. Y menos huir del conflicto que le propone abrazar la cruz.

Es evidente que si pasamos esta clase de amor propuesto nuestra razón se paraliza, se pregunta cómo y no entiende nada. Abrazar la cruz no es una buena opción desde la óptica de nuestra razón. Nuestra naturaleza humana herida por el pecado experimenta debilidad ante las seducciones del mundo, demonio y carne. Y se siente perdido. Asumir la condición del otro es asumir, sin red de seguridad, las dificultades, la forma de pensar y actuar del otro. Otro diferente en raza, cultura y pensamiento.

Es indudable que ante este propuesta, la cruz es lo que se nos pone delante. Abrazarla es el reto. Un reto que solo desde una íntima relación con el Espíritu Santo no se puede superar ni vencer. Ese ha sido el secreto de todos aquellos – santos – que lo han conseguido y nos han dejado su correcto testimonio. Y es que sin cruz no hay amor. Y sin amor no hay gloria.