| Lc 2, 36-40 |
—Buenos días, compañeros.
¿Cómo están esos ánimos? —saludó con tono efusivo Justo a los tertulianos.
Muchos se sorprendieron al
verlo, pues hacía ya bastante tiempo que no aparecía por allí.
Algunos tertulianos cruzaron
sus miradas con un gesto que rozaba la fanfarronería. Fue entonces cuando
Manuel, viendo el percal, decidió intervenir.
—En muchas situaciones, por
no decir en todas, conviene buscar luz. Y nada mejor que escuchar lo que la
Palabra de Dios nos dice al respecto.
Abrió la Biblia, que siempre
llevaba consigo, y, al notar la atención del grupo, comenzó:
—Por
ejemplo, en Lucas 2, 36-40, se nos habla de la profetiza Ana. Ella dedicó gran
parte de su vida a alabar a Dios y, permaneciendo en el templo, hablaba del
Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Hizo una pausa. Nadie
respondió. Tras el breve silencio, añadió:
—Había muchas personas en
Jerusalén en aquellos días, pero solo ella y el anciano Simeón estaban
preparados para reconocer una promesa de vida en el brote humilde de un pequeño
bebé.
El semblante de los
presentes fue cambiando. Interiormente empezaban a comprender por dónde iba
Manuel.
Al darse cuenta de ello,
concluyó:
—También
nosotros estamos convocados a realizar este ejercicio de reconocimiento de los
dones de Dios en nuestras vidas.
Dones
sencillos, brotes pequeños, pero llenos de promesa, que estamos invitados a
cuidar y regar para que den fruto entre ustedes.