Es evidente que la
ley está para regular la convivencia entre los hombres. Es evidente que sin
reglas o leyes los pueblos se verían avocados a un caos o anarquía que haría
imposible su convivencia. Sin embargo, por eso el hombre debe replantearse y
revisar esas leyes que a veces están no para servir al hombre sino para
esclavizarle.
Jesús, el Señor,
se plantea ese problema y pone al hombre antes que la ley. No está la ley del
sábado para someter al hombre y paralizar su vida, sino todo lo contrario, el
sábado debe servir para estar en función del hombre, criatura de Dios. Y Jesús,
no quita sino pone esa nueva forma de ver las cosas y orientarlas al servicio
del hombre.
Él es el Señor del
sábado y el sábado está para adorar y amar a Dios, pero también para amar al
hombre. Por tanto, para servirle no imponerle cargas que le pesan demasiado
hasta el punto de doblarle la espalda. Porque, no podrás amar ni adorar a Dios
en verdad y espíritu sino amas al hombre. Sería una contradicción adorar y amar
a Dios y posponer el bien del hombre que está a tu lado.
Y eso nos abre el
interrogante de revisar y revisarnos. Las leyes puestas por los hombres
obedecen en muchos casos a circunstancias concretas que deben revisarse y estar
sujetas a cambios siempre en función del bien del hombre. Nunca la ley por
encima del bien del hombre.
Todo debe ir orientado a servir por el bien del hombre y también la ley. Por tanto, como hombres sujetos a error, nos equivocamos y debemos estar siempre en actitud de renovarnos y bien si en realidad legislamos para servir o para servirnos.