domingo, 2 de octubre de 2022

A PESAR DE MIS CAIDAS MI FE ME SOSTIENE

Nuestra propia experiencia me dice que mi fe es débil. Débil porque no es segura ni se mantiene firme en todo momento. Tiene instantes en los que zozobra y otros en los que es firme y fuerte. Y, a pesar de eso, no se experimenta orgullosa ni segura de sí misma. Es un fe que peca, que falla y que, posiblemente, haga el ridículo en algunos momentos.

Pero, es fe. Y fe significa que creo en Jesús de Nazaret y confío en Él. A pesar de mis debilidades, de mis fallos y caídas y de mi pobreza e inseguridad espero en su Palabra y confío, lleno de esperanza, en su Infinita Misericordia. Y me siento esperanzado, gozoso en mis débiles esfuerzos temblorosos y dudosos, pero confiado en que mis caídas no tendrán nunca la última palabra.

Me siento perdonado y salvado por el Amor Misericordioso de nuestro Señor Jesús. Y eso, a pesar de mis pecados y ridículo, me sostiene firme y esperanzado en la fe. Fe en mi Señor que tiene Palabra de Vida Eterna. Y en ese camino de dificultades y tropiezos; de caídas y levantadas; de dudas e inseguridades, mi fe se mantiene porque sé que quien me salva no son mis méritos, sino mi fe y la Misericordia Infinita de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

 

—Hubiese desistido hace tiempo —dijo Manuel— si pensara que por mis méritos me viene mi salvación. Mi fe no tendría consistencia ni fortaleza para sostenerse en pie.

—¿Y qué te sostiene —preguntó Pedro.

—El Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios y los méritos de su Hijo, nuestro Señor. Él ha sido quien ha pagado por nuestro rescate.

—¿De modo, amigo Manuel, que nos salvamos por los méritos de nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios?

—Así es —respondió Manuel. Pero, eso no te eximirá de tu esfuerzo, de tu lucha y del combate de cada día contra la tentación y el pecado. Porque, ese esfuerzo y actitud es, precisamente, la prueba de tu fe.

 

Nuestros méritos son pobres y no alcanzan el valor infinito necesario para saldar, por decirlo de alguna manera, nuestra redención. Si somos perdonados es por la Pasión y Muerte de nuestro Señor, que, cumpliendo la Voluntad de su Padre, y entregando voluntariamente su Vida, pagó por todos nuestros pecados.