Este
evangelio nos interpela en y por nuestras obras. Es ahora, que peregrinamos en
este mundo, cuando tenemos que preguntarnos por nuestras obras. Porque, en la
presencia de ella así será nuestra fe. Una fe viva o una fe muerta. Por tanto,
será de vital importancia preguntarnos por sí hay obras en nuestra vida o, por el
contrario, está vacía.
Es
bueno preguntarnos y reflexionar al respecto, porque de eso dependerá nuestra felicidad
en la eternidad. La parábola del buen samaritano nos orienta y nos ilumina el
camino a seguir. Nos invita a mirar nuestro corazón y verlo endurecido para,
desde esa situación pedirle al Señor que transforme nuestro corazón endurecido
en un corazón compasivo y misericordioso como el de ese samaritano.
Un corazón que nos incline a preocuparnos y compadecernos por aquellos que sufren y que padecen violencia o injusticias. Un corazón que se llene de buenas obras en favor de los pobres y necesitados. Porque, ese será el surtidor que llenará nuestro compasivo corazón de buenas obras. Es decir, de verdadero amor misericordioso que manifiesta y descubre nuestro verdadero amor a Padre Dios y afirmando nuestra fe.