La consigna es: «el
que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea será condenado»
De ahí que nosotros tengamos la responsabilidad de, al menos, posibilitar que
conozcan a Jesús, es decir, anunciarlo. Y ese es precisamente el mandato que
Jesús nos manda: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la
creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará».
Jesús Asciende al
cielo, y con Él lleva nuestra humanidad que ha tomado al entrar en este mundo.
Tiene la Naturaleza Divina, pero también la humana. Se ha hecho hombre como
nosotros, menos en el pecado. E inaugura en el cielo nuestra humanidad. Es
hombre como nosotros, nos conoce y ha compartido tres años con sus más íntimos
discípulos. Todo lo que supuso su vida en este mundo nuestro: su vida concreta,
su palabra, sus deseos para la humanidad, las luchas que sostiene para
realizarlas, su modo de amar, sufrir y morir se han ido con Él al Cielo y están
junto al Padre. Allí donde aspiramos nosotros llegar un día.
Esa espera y
esperanza – valga la redundancia – es la que debe sostenernos a nosotros firmes
en la fe y en su Palabra. Esa idea debe estar cocida a fuego en el centro de
nuestro corazón. Esperamos, un día, subir también nosotros con nuestra humanidad,
limpia y purificada por los méritos de nuestro Señor Jesús, a ese inimaginable
Cielo donde nos espera Jesús para presentarnos a su Padre.
Todo lo humano de
Jesús – dice Francisco José Ruiz, SJ -
se halla en Dios. Cuanto somos como humanidad es, por fin, escuchado,
entendido y acogido en el cielo. Dios – sigue Francisco José Ruiz, SJ – conoce
nuestro idioma. Si estamos en Jesús y, por medio de su Palabra le conocemos, en
la misma manera conocemos al Padre. Él y el Padre son uno. Diríamos, parafraseando
a Francisco José Ruiz, SJ, que el ser humano conoce igualmente el idioma de
Dios.