Nadie pudo decirle
a Isabel, salvo el Espíritu Santo, que su prima María había sido la elegida
para ser la Madre del Mesías prometido, nuestro Señor Jesús. Y ese Mesías ya estaba
gestándose en el seno de María.
De modo que en cuanto
Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Y llena de
Espíritu Santo y levantando su voz exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a
mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño
en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor!».
¿Cómo pudo Isabel descubrir que María llevaba en su seno al Hijo de Dios, al Mesías prometido? ¿No es esto un milagro? Cada vez que reflexiono sobre este pasaje evangélico me sorprendo con este acontecimiento del saludo de Isabel a María. Y no dejo de comprobar la acción del Espíritu que actúa en cada uno de nosotros desde la hora de nuestro bautismo. ¡Abrámonos a su acción!