Por mucho que
queramos y tratemos de imaginar no podremos nunca hacernos una idea aproximada
de como será esa supuesta casa del Cielo a la que esperamos llegar, por la
Gracia de Dios, el día que nos toque partir de este mundo. Jesús nos lo dijo en
cierta ocasión: - Jn 14, 1-12 – No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para…
Eso sí, definitivamente
sabemos que allí será la gloria, la plenitud de la felicidad eterna y, sobre
todo, junto al Hacedor y Creador de nuestra vida y de todo lo visible e
invisible. Junto a nuestro Padre Dios. Porque, es eso lo que, queramos o no,
todos buscamos, ser felices. Una felicidad que se traduce en estar en paz,
satisfechos y plenos de no desear nada más sino lo que realmente somos y
vivimos.
Estar junto al Señor, me atrevo a pensar que significa eso, quedar eternamente extasiado, llenos de gozo y felicidad simplemente contemplándole. Y lo más grandioso que, sin merecerlo por muchos méritos que hagamos, Él nos espera siempre, nos aguarda y nos tiene un lugar reservado para nosotros. Incluso con nuestro nombre y en unidad, sintonía y abierto a compartir con todos. Porque, quien nos regala la vida eterna es Trinitario y Amor comunitario.