sábado, 4 de mayo de 2019

SERÍA UN DISPARATE TRATAR DE NAVEGAR SOLO

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Jn 6,16-21
Hay momentos que intentamos ir solos por el inmenso mar del mundo, y lo hacemos porque estamos convencidos de nuestras propias fuerzas y de que solos nos bastamos para luchar contra las tempestades del inmenso mar. Pero, la experiencia nos descubre que sería un gran disparate tratar de navegar por el mundo solos. La vida es una navegación, en términos marinos, por el mar que conduce a la plena felicidad, porque eso es lo que toda persona humana persigue.

Todos buscamos un lugar especial donde podamos vivir felizmente y eternamente. Al menos es lo que en lo más profundo de nuestro ser queremos y anhelamos. Sin embargo, sucede que no terminamos de creérnoslo y que nos parece una utopía. Eso nos hace desviarnos del rumbo trazado hacia esa meta de la eternidad. Somos poco ambicioso y nos resignamos a acabar aquí nuestra ruta de navegación.

 ¿No es eso una pobreza? ¿No es eso una vida sin esperanza y resignada a la muerte? ¿Acaso no se nos ha proclamado la vida eterna? ¿No es el gran testimonio y la gran esperanza la Resurrección del Señor? Posiblemente, nuestra naturaleza humana nos imposibilita ver con claridad, y, por supuesto, creer. Supongo que a todos nos gustaría creer y vivir en esa esperanza, pero, lamentablemente, estamos sometidos a las apetencias de nuestra propia naturaleza humana que nos impide ver con los ojos de la fe.

Cada día se desata una lucha a muerte. Un combate en donde tenemos que demostrar nuestra elección y dejar muy firme y clara nuestra opción de optar por la vida, Vida Eterna. Y eso significa, no hay otro camino, seguir a Jesús. Para eso se nos ha dado la voluntad, para dirigir nuestra capacidad libre de elegir nuestro camino y, libremente, ponernos en Manos del Señor.

Y en eso consiste en dejar subir al Señor a la barca de nuestra vida. Invitarle, porque Él está presto y disponible a subirse, para que tome el timón de nuestra vida y nos oriente rumbo hacia el puerto deseado donde nos espera nuestro Padre Dios. Porque, a pesar de que muchos no nos enteramos, eso es lo que todos deseamos. El Señor está dispuesto, pero necesita nuestro permiso, pues ha dejado en nuestras manos esa elección. Podremos elegir seguirle o no. Dependerá de cada uno de nosotros, de modo que tú y yo decidimos. El Señor ya ha hecho su apuesta por nosotros.