No sé si lo has
experimentado, pero si te empeñas en amar al prójimo sin amar primero a Dios,
algo falla en ese amor que quieres dar a tus seres más cercanos o prójimos que
te encuentres en tu vida. Y digo que algo falla porque siempre estarás tú
primero ante el amor al prójimo. No entenderás dar sin recibir, o al menos, que
te lo agradezcan. Y cuando algo de eso falta, tu amor se resiente y se esconde.
Amar prescindiendo
del amor a Dios es como querer caminar sin piernas o sin muletas. Siempre estará
por delante tus ego, tus afanes e intereses. Sin embargo, cuando Dios se hace
presente en tu vida, tú, tu propio ser pasa a un segundo, tercer o cuarto
plano. Es decir, tus afanes y egoísmos no cuentas para nada. Cuenta el bien del
prójimo y lo tuyo al último lugar. Jesús lo ha dejado muy claro cuando dijo: "Los
últimos serán los primeros y los primeros los últimos" Mt 20, 1-16.
Solo se visibiliza
la fe en el servicio. O dicho de otra manera: sólo se sirve de verdad creyendo;
solo se cree de verdad sirviendo. De esa manera lo ha dejado bien claro Dios…encarnado.
Y no hay más alternativa ni rodeos. Todo lo que sea trazar tangentes a esta
verdad se esconde en la hipocresía, apariencia y mentira. El lavatorio de los
pies en la Última Cena lo visibiliza muy bien y claro.
De manera que para amar y servir al prójimo hay primero que amar y estar unido a Dios. Sin Él nos será imposible. Ambos mandamientos se conforman en uno solo, donde la única diferencia es que primero se empieza por el Amor a Dios para luego visibilizarse en el amor al prójimo. O expresado de otra manera: Digo y hago visible mi amor a Dios cuando hago también visible mi servicio al prójimo – sobre todo – al más necesitado. Y de forma gratuita, libre y voluntaria. Y al mismo tiempo estoy afirmando de una manera también visible que creo en Dios.