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(Lc 8,4-15) |
No podemos, Señor, dejar toda la eficacia al lugar o la calidad de la tierra donde caiga la semilla. También hay parte de culpa y responsabilidad del cultivador que la cuide y la cultive. Quizás muchas de esas semillas caídas o tiradas al borde del camino podían transportarse y plantarse en buena tierra donde poder germinar.
O las del terreno pedregoso y seco refrescarlas y humedecerlas para reavivar sus raíces. De la misma forma que las que crecen entre zarzas y abrojos ayudarlas a crecer evitando que sean absorvidas y ahogadas. ¿Qué clase de labrador soy yo? ¿Me basto yo sólo para cultivar mis semillas a mi manera, o cultivo, injertado en el Espíritu Santo, la Verdadera Semilla de la Palabra de Dios.
¿Y lo hago desde la doctrina regando esa tierra de normas, preceptos y mandatos, o la riego también con mi vida? Supongo que, independientemente de donde caiga cada semilla, también dependerá mucho del labrador que la cultive y la cuide..
Dame, Señor, la Gracia de ser un buen labrador y que cada semilla, empezando por la mía propia, sea cultivada desde la Verdad y la vivencia de tu Palabra. Amén.