Se nos ha dado
capacidad para discernir y observar. Cuando observamos tenemos la oportunidad
de analizar lo que vemos y, en consecuencia, discernir. Discernir sobre el bien
y el mal; distinguir lo bueno de lo malo; diferenciar lo trascendente de lo
intrascendente. En definitiva, ver lo verdaderamente importante: caminamos hacia
el Reino de Dios, un Reino de Paz, Justicia y Amor.
Ahora, ¿cómo nos
comportamos? ¿Realmente observamos, discernimos y nos preparamos para alcanzar
la meta para la que hemos sido creados? Somos capaces de darnos cuenta, así
como la proximidad del verano cuando observamos que la higuera ya echa brotes,
de que nuestro verdadero destino es la Casa del Padre? ¿Y nos damos cuenta de
que podemos perder esa oportunidad si no abrimos la puerta de nuestro corazón
al Espíritu Santo?
Darnos cuenta de
que nuestra hora está cerca es lo más importante de nuestra vida. Es el Tesoro
escondido en nuestro corazón. Y está cerca porque, al margen del final de este
mundo, que no sabemos cuándo, tampoco sabemos el final de nuestra vida que
puede sorprendernos en cualquier momento.