martes, 16 de septiembre de 2025

COMPASIÓN SIN LÍMITES

Lc 7, 11-17
  Estaba desolado, no superaba la tristeza de aquella muerte. Había sido repentina, y eso aviva más el dolor. Sentía compasión y se dolía profundamente.
  
 Caminaba apesadumbrado, buscando un lugar donde detenerse y pensar un poco. Llevaba en su corazón la pérdida del joven, que por su juventud le parecía irreparable. No encontraba consuelo y sentía la necesidad de desahogarse.

  Casi sin darse cuenta, había llegado a la terraza. Hizo un gesto a Santiago y se sentó. En breves segundos, Santiago le servía su buen café.
   —¿Qué tal, don Pedro? —comentó Santiago—. Le veo algo abatido.
   —Sí, vengo de un duelo y todavía llevo dentro la pérdida del hijo de un gran amigo.
   —Lo siento —dijo Santiago—. Comparto su dolor.
   —Gracias. ¡Qué le vamos a hacer, así es la vida!

    En ese momento llegó Manuel. Al ver la escena de melancolía con la que hablaban Pedro y Santiago, preguntó:
    —¿Qué tristeza es esa que percibo? ¿Ha ocurrido algo?
    —Don Pedro, señor Manuel, se duele de la muerte del hijo de un amigo —explicó Santiago.
  —La muerte siempre trae dolor —respondió Manuel—. Pero también es ocasión de esperanza. Sabemos que siempre está al acecho, pero no tiene la última palabra.
    —¿Por qué dices eso? —preguntó Pedro.
   —Porque nuestra fe se fundamenta en la resurrección del Señor. Él nos da esa esperanza con su victoria sobre la muerte. ¡Mira! Hay un pasaje (Lc 7, 11-17) donde Jesús siente compasión de una pobre viuda. Llevaban a enterrar a su hijo, y Jesús, al verla, se conmueve y devuelve la vida a ese joven.
   —¡Pues sí! —exclamó Santiago con alegría—. Eso da esperanza.
   —Pienso: ¿No va a tener también nuestro Padre Dios compasión de nosotros? —concluyó Manuel.
 
  El rostro de Pedro reflejaba ahora un consuelo nuevo, cargado de esperanza. Verdaderamente, la muerte no tiene la última palabra.
 Una vez más, Jesús ve y se compadece. Eso es lo que le mueve. Su vida entera es una dinámica de compasión que rescata vidas perdidas. Él es vida, y su compasión no tiene límites. En el Resucitado reside nuestra capacidad de confiar sin reservas en el Señor.