Siempre hay
esperanza para reconciliarnos con nuestro Padre Dios. Él nos espera y, a pesar
de nuestros desplantes y rechazos, permanece fiel a su Amor Misericordioso. La
parábola, de la que Jesús nos habla hoy en el Evangelio, nos lo dice
claramente: Nunca es tarde si nos arrepentimos y confiamos en la Infinita
Misericordia de nuestro Padre.
Esa es nuestra
historia, la historia de muchos que se han ido de su Casa y se han perdido. Y
se han ido porque piensan que fuera de ella serán más felices que estando
dentro. Eso fue lo que pensó aquel hijo menor y pidiendo su herencia, se fue al
mundo a buscar la felicidad. Un felicidad que, a veces se consigue. Pero, nunca
plenamente, y siempre efímera. Tal como aparece, desaparece.
Y eso fue lo que
le ocurrió a aquel hijo menor. Como nos ha ocurrido a muchos de nosotros. Nuestra
felicidad no está fuera de nosotros, sino dentro de nuestro corazón. Un corazón
que tenga su centro en el Señor, nuestro Padre y Creador, Dios. Y no en las
cosas del mundo, tal y como sucedió con el hijo mayor. Sí, estaba junto al
Padre y cumplía todas sus órdenes, pero, en su corazón, el Padre, no ocupaba el
centro.
El Padre nos espera y, hayamos hecho lo que hayamos hecho, sus brazos están abiertos, porque su Misericordia y su Amor son Infinitos. Reconciliémonos con el Señor en y con la confianza de que Él nos espera y nos perdona. Ejemplo, esta hermosa parábola donde se nos muestra el Amor Misericordioso de nuestro Padre. Y a la que también podíamos llamar: Parábola del Padre amoroso.