Mc 7, 14-23 |
Es evidente que lo
de afuera no mancha la pureza del hombre. Porque la pureza se corrompe en
nuestro corazón. Son nuestros pensamientos, nuestros deseos egoístas, carnales,
de odio, venganza, pensamientos perversos, fornicaciones, adulterios, robos,
envidias, difamación, orgullo, frivolidades…etc. las que contaminan nuestra
pureza y la vuelven impura.
Nadie duda de que
es en nuestro corazón – sala de máquina – por decirlo de alguna manera, donde
se forjan y se fabrican todos esos pensamientos tantos puros como impuros. ¿Por
qué razón?, me pregunto. Pues porque nuestra naturaleza humana está afectada
por el pecado que nos debilita y nos somete a todos esos malos pensamientos y
pasiones que pueden más que los buenos. Somos egoístas, consecuencia del
pecado, y necesitamos purificarnos asistidos y fortalecidos en el Espíritu
Santo.
Por y para eso lo
recibimos cuando aceptamos bautizarnos. En ese aspecto tenemos que estar
agradecidos con nuestros padres que nos han bautizado. Porque es en nuestro
bautismo donde recibimos la venida del Espíritu de Dios para luchar con
garantías y superar todas esas tentaciones y malos pensamientos que nos hacen
impuros.
Lo verdaderamente importante es no quedarnos en esas tradiciones superficiales marcadas por los hombres y poner todos nuestros esfuerzos en suavizar y purificar nuestro corazón. Un corazón libre, puro e injertado en Xto. Jesús para como Él ser humilde y manso y abierto a despojarse de todo aquello que le llena de impureza.