—Oyes, Pedro —preguntó Manuel—, ¿has pensado alguna vez en la hora de tu
muerte?
—Alguna que otra vez se me ha venido ese pensamiento a la cabeza, pero
por regla general no muchas veces.
—¿Y no crees que debemos tenerlo más presente en nuestra vida?
—En principio no veo el motivo. ¿Por qué lo dices?
—Por la importancia que tiene ese momento en nuestra vida.
—No veo esa gran importancia. Cuando llegue el momento, llega y se
acabó.
—¿Tú quieres ser feliz? —le preguntó Manuel.
—Claro —respondió Pedro. Como todo el mundo. ¿Tú no?
—Yo también —dijo Manuel. Por eso el momento final de nuestra vida es de
vital importancia. Nos jugamos la felicidad eterna.
—¿Y qué piensas que podemos hacer? —aludió Pedro con un semblante
confuso.
—Simplemente, preocuparnos
en estar preparados —respondió Manuel con decisión y seguridad. Está en juego nuestra
dicha perenne.
Pedro frunció el ceño y, llevándose la mano a su barbilla, puso cara de
buscar alguna solución o respuesta. Al final, mirando para Manuel, dijo:
—¿Cómo debemos actuar? ¿Hay algún camino o método?
—No, simplemente buscar, llamar y pedir —respondió Manuel—, con perseverancia y fe.
—¿Y crees que con eso basta?
—Hagamos lo que hagamos, nunca será suficiente. Siempre seremos deudores; solo confiar en la infinita Misericordia de Dios. Él nos quiere salvar; para eso ha venido.
—No, simplemente buscar, llamar y pedir —respondió Manuel—, con perseverancia y fe.
—¿Y crees que con eso basta?
—Hagamos lo que hagamos, nunca será suficiente. Siempre seremos deudores; solo confiar en la infinita Misericordia de Dios. Él nos quiere salvar; para eso ha venido.
En Lc 21, 5-11, nos dice: «Miren que nadie les engañe. Porque muchos
vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”. No
vayan tras ellos.
Hizo una pausa. Puso su mirada fija en Pedro, y continuó:
Cuando oigan noticias de
guerra y de revoluciones —continuó Jesús diciendo—, no tengan pánico. Es
necesario que esto ocurra primero, pero el fin no será enseguida.
La faz de Pedro se iluminó reflejando una imagen serena y en paz. Había
entendido que el lenguaje apocalíptico señala la necesidad de una ruptura, la
desaparición del presente, para dar lugar a un nuevo futuro.