miércoles, 22 de octubre de 2025

ADMINISTRADORES Y NO DUEÑOS

Lc 12, 39-48
   La sala estaba a oscuras. Era la hora de salida y las oficinas, situadas detrás de la sala, habían quedado cerradas. No había nadie.

  De repente, se abrió una puerta y apareció una silueta delgada, de mediana estatura y de pasos lentos y silenciosos. Avanzaba con cautela hacia la oficina deseada. Sorprendentemente, abrió la puerta y, a pesar de la oscuridad, parecía saber exactamente adónde dirigirse.
   Silenciosamente, encaminó sus pasos hacia una gaveta. Allí estaban, suponía, los documentos que quería alterar. Se detuvo un instante y echó una mirada a su alrededor, aunque no veía nada; parecía atento a cualquier ruido sospechoso.
Pensó: «Nadie me ve. Puedo actuar como quiero».

    Así narraba Alejandro lo sucedido en su empresa. Semanas después, todo se había aclarado. El sujeto que intentó cambiar los documentos olvidó, pese a tanta precaución, cerrar la gaveta.

    —¡Vaya olvido! —dijo uno de la tertulia.

    Al dejarla abierta, la empresa sospechó que alguien había entrado en las oficinas. Ordenó un examen exhaustivo de todo lo que había allí, al menos de lo que tuviera valor. Y así descubrieron que aquellos documentos habían sido adulterados.

  —Siempre florece la verdad —comentó otro tertuliano—. El bien, a pesar de las dificultades, se impone al mal. Es la historia que se repite en todas las películas.

   —Es la historia de la vida —interrumpió Manuel, que había escuchado atentamente el relato contado por Cipriano, uno de los tertulianos más habituales.

  —Los primeros días —prosiguió Cipriano, autor del relato—, una vez descubierto el asalto a la oficina, parecía imposible saber qué faltaba o qué había sido manipulado. No habían dejado huellas ni señales… hasta que se fijaron en aquella gaveta. No estaba cerrada.

  —Y, claro, eso levantó las sospechas —añadió Manuel—. La ambición y el deseo de apoderarse de lo que no te pertenece terminan siempre mal. Nos corrompemos tramando en la oscuridad mientras pensamos que nadie nos ve, engordando en el interior la imagen de un ego vanidoso que realmente no somos. En Lc 12, 39-42, Jesús lo deja muy claro: nos invita a estar vigilantes y preparados.

   Dios, a través de la vida, nos ha confiado personas, capacidades y bienes que no son para usar según nuestro capricho, sino para ponerlos al servicio del Reino. No actuar así es el germen de toda corrupción, que se apropia de lo recibido para aprovecharlo en beneficio propio.