No es sencillo
perseverar con una fe inamovible, firme y sin titubeos. En el camino
experimentamos, no pocas veces, que nuestra fe se tambalea, vacila y
experimenta deseos de abandono. Somos débiles y reconocerlo nos ayudará,
contradictoriamente a fortalecernos. La Cruz, donde Jesús, nuestro Señor,
entregó su Vida, es el signo del amor. Un Amor inefable, infinito y misericordioso.
Un Amor que no merecemos pero que se nos da gratuitamente y nos salva.
Posiblemente,
Tomás busca comprobar que el Jesús que el conoció es el mismo que entregó su
Vida en la Cruz. No le cuadra que Aquel que el vio que muere en la Cruz, haya resucitado.
Duda y quiere comprobarlo. Supongo que de la misma manera nos sucede a muchos
de nosotros lo mismo: ¡Queremos pruebas de que Jesús Vive!
Pero, ahora son
otros tiempos. No nos encontramos en el arranque del inicio de la Buena
Noticia. Jesús ha Resucitado y serán esos apóstoles elegidos, entre los que se
encuentra Tomás, los encargados de transmitir esa Buena Noticia. Y para ello,
Jesús, los prepara, los animas y les muestras su Persona Resucitada.
Sin embargo, ahora
a nosotros nos toca tomar esa herencia, y continuarla. Somos la Iglesia de este
momento, de este siglo y de este tiempo. Tenemos pruebas: la fe de la Iglesia,
que transmite la Palabra de Dios, la tradición y el testimonio de muchos
santos. Y, sobre todo, la asistencia del Espíritu Santo. Con, en y por Él
encontraremos la forma, la manera y la fortaleza de, con nuestra vida,
perseverancia y fe anunciar la Buena Noticia. No quepa duda, seremos la boca y
lengua del Señor, por la Gracia de su Espíritu, en estos tiempos de nuestra
vida.