Resulta mucho más
asequible y fácil mantener un amor con Dios desvinculado de nuestras relaciones
con los demás y de nuestras responsabilidades sociales y civiles. Experimentamos
que esa manera de relación con nuestro Padre Dios está mucho más en consonancia
con nuestras apetencias e intereses egoístas.
Sin embargo,
sabemos muy bien que el mandato de nuestro Señor vincula nuestro seguimiento,
fe y amor a Él al amor a nuestro prójimo. Luego, ¿para qué preguntarle? Está
claro que esa pregunta trae escondida el buscar la manera de enredar al Señor e
intentar ridiculizarle o desprestigiarle.
De nada nos vale
confesar que amamos al Señor si nos desvinculamos del amor a las personas que
tenemos a nuestro lado: familia, amigos, trabajo, sociedad, pobres y más
necesitados… La prueba de nuestro amor al Señor pasa por el amor a los más
necesitados, pobres e incluso enemigos. Y no hay otra alternativa. Así lo ha querido
nuestro Padre Dios.
Por otro lado,
experimentamos que esa es la mejor y única prueba de expresar nuestro amor:
realmente amamos cuando somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos y darnos
gratuita y enteramente al bien de los demás. En muchas parábolas según nos deja
claro su intención y su mandato: Parábola del samaritano – Lc 10, 25-37 – hijo pródigo
– Lc 15, 11-32 – y otras.
Reconocer que nos
cuesta vincular el Amor a nuestro Padre Dios al prójimo nos resulta duro,
costoso y molestoso. Preferimos por nuestra tendencia e inclinación al mal
tener una relación directa con Dios y olvidarnos del prójimo, pero no es esa la
Voluntad de Dios.
Sabe de nuestras
dificultades y debilidad. Por eso se ha quedado entre nosotros y nos ofrece su
cercanía, su asistencia y fortaleza para superar esa prueba de amor
misericordioso a la que somos vulnerables y tentados por el Maligno. De ahí la gran
importancia y necesidad de caminar unidos al Señor.