Jn 3,16-18 |
Cuando tratas de parecerte a alguien, ¿qué es lo primero que debes hacer? Quizás esa sea la pregunta que cualquiera que intente ser o parecer como otro, debe hacerse. Y si quiero y entiendo que debo parecerme a Dios, ¿qué debo hacer? Supongo que la respuesta es "conocerle" y, a partir de ahí esforzarme en ser semejante en todo mi actuar y mi sentir.
La cuestión que viene ahora es que, en la medida que trato de ser como Dios experimento impotencia e incapacidad para poder vencer mis propias apetencias y apegos. Se inicia una lucha contra mis egoísmos e inclinaciones concupiscentes y pasionales, donde mi voluntad, que quiere imponer sus buenos sentimientos y bondades, se experimenta sometida a sus ambiciones, soberbia y pecados que le obligan a alejarse de la imagen de Dios. Sin querer me descubro no tratándome de parecerme a Dis, sino todo lo contrario.
Recuerdo y me viene a la memoria las palabras de Pablo: Porque no hago el bien... - Rm 7, 19 - Y, gracias a Dios, compartir con Pablo la misma dificultad me da esperanza, paciencia y fortaleza para seguir y continuar la lucha. Mi objetivo, y eso no debo olvidarlo, es ser como Dios, porque esa fueron sus primeras palabras: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... - Gn 1, 26-27 - Y, adviértase, que Dios habla en plural como dándonos a entender que se trata de un Dios comunitario, un Dios contenido a su vez en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Por eso, si yo soy imagen de Dios, tengo que también tener una actitud comunitaria, es decir, ser comunidad y tender a la vivencia comunitaria. Y eso no es otra cosa que vivir en el amor. Porque, para amar hay que estar abierto a la comunidad. Dios es Amor y, por eso, es Comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y yo, en la medida que trato de vivir en actitud comunitaria, estoy esforzándome en ser semejante a Dios, porque, para la vida en común el ingrediente imprescindible es el amor. Y Dios, repito, es Amor.