La cuestión está
en plantearse que sucede en y con mi vida: ¿Nacen mis preocupaciones y
conflictos como consecuencia y planteamientos de mi compromiso bautismal, o,
por el contrario, derivan de mis relaciones fraternas con los que me rodean? Es
decir, ¿mis conflictos derivan de mi compromiso con el Reino de Dios o vienen
planteados en mis relaciones con los hombres?
Porque, en el
primer caso es lo natural. El Reino de Dios trae problemas. Y en ese sentido
Jesús trae fuego para que el mundo arda. No podemos quedarnos con un mundo
acomodado a sus intereses, a sus egoísmos y al dominio de los más fuertes y
poderosos sobre los débiles, marginados y pobres. Tenemos que hacerle frente
con la Palabra del anuncio del Reino de Dios y, sobre todo, con la vivencia del
amor misericordioso como Jesús nos lo da y nos lo ha enseñado con su Vida y
Obras. Y eso, no hace falta explicarlo, trae conflictos y problemas.
Ahora, también se
plantean otra clase de conflictos que nacen y palpitan dentro de mí nacidos de
mis propias egoísmos y pecados. Y esos me corresponden a mí y tendré que
aplacarlos yo. ¡Claro, siempre contando con la Gracia de Dios, porque yo solo
no podré combatirlos!
Debemos discernir entre los problemas que nacen porque contradicen la Palabra y el Reino de Dios y los problemas que me plantea mis propios pecados. Unos son los propios que trae la proclamación de la Buena Noticia, mientras que otros nacen de mi propia lucha interior entre el bien y el mal. Ambos son conflictos pero, mientras unos son consecuencia del seguimiento a la Palabra de Jesús, nuestro Señor, otros están dentro de mí y responden a mi propia lucha personal por vencer la cizaña nacida en mi corazón.