Estaba
cansado de tantas molestias. No había un día en que aquella amenaza dejara de
inquietar a su familia. Querían presionarle para que su favor les favoreciera.
Había momentos dramáticos y de gran tensión.
Fernando
pertenecía a una asociación que, por intereses económicos y con un matiz
político, había vendido su principio de la vida. Ahora, movidos por el reciente
líder, muchos se inclinaban por la defensa, como un derecho, del aborto.
Sin
embargo, Fernando y otros permanecían firmes en la defensa del derecho a la
vida. Por iniciativa del líder, a muchos los presionaban casi a diario. Los
defensores del aborto estaban decididos a convencer, como fuera, a quienes
persistían en no aceptarlo. Y menos aún como un derecho.
—Te
noto algo preocupado, Fernando —le dijo Manuel—. ¿Te ocurre algo?
Pedro,
que había oído a Manuel mientras observaba a Fernando, también mostró su
preocupación.
—También yo te noto inquieto. Desahógate, si tienes algo que te preocupa.
Fernando
daba muestras de no querer hablar. No obstante, vencido por esas persistentes
presiones, decidió compartirlas con Pedro y Manuel.
—Estoy
cansado de tanta presión que, en ciertos momentos, llega a amenaza. Me refiero
a esos del grupo que quieren que me ponga a favor del aborto. Y no puedo. Para
mí, la vida siempre será un derecho del hombre. Es un don de Dios. No puedo
verlo de otra forma.
—Ni
verlo de otra manera —se apresuró a responder Manuel—. La vida es un don de
Dios, y nadie ni nada pueden abolir ese derecho y regalo divino.
—Pienso
lo mismo —dijo Pedro—. ¿Acaso puede alguien arrogarse el poder de decidir si
una persona puede nacer o no? Solo Dios es dueño de la vida, que Él ha regalado
al hombre.
—Es
verdad que, además de defenderla a toda costa y con todos los medios a nuestro
alcance —puntualizó Manuel—, lo más importante que podemos hacer es rezar.
Rezar con insistencia y confianza, tal como nos dice Jesús (Lc 18,1-8) en esa
hermosa parábola del juez injusto.
—¿Qué
nos enseña? —preguntó Fernando, lleno de curiosidad.
—La
importancia de la perseverancia en la oración. Narra la historia de una viuda
que, ante la injusticia de un juez que no temía a Dios ni respetaba a la gente,
le pide constantemente justicia. Finalmente, el juez cede para no ser molestado
por su persistencia.
Fernando
comprendió que la perseverancia en la oración es muy necesaria. Nunca rendirse.
Siempre resistir e insistir, con la ayuda de Dios.
Dios,
a diferencia del juez, nos lo dice Jesús: “¿No hará justicia a sus elegidos,
que claman a Él día y noche?”
Y mientras hablaban,
comprendieron que rezar no era huir, sino luchar con la fuerza de Dios,
confiando en que la justicia divina siempre llega a su tiempo.