martes, 9 de octubre de 2018

ORACIÓN Y OBRAS

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Lc 10,38-42
La vida es camino y hay que vivirla en la medida que caminas, porque, de no hacerlo  quedaría parado y, si no caminas no vives. Parado difícilmente se puede vivir. Y hablamos de parado cuando la vivencia de tu vida se estanca, se paraliza y se refugia y queda en ti, y no compartes, no te abres y enriqueces en la relación con los otros. No te das la oportunidad de amar con signos y obras que lo manifiesten.

De la misma forma, los frutos se dan cuando los sarmientos permanecen injertados en la vid. De ella recogen la fecundidad que luego dan a los frutos. La conclusión es que, si no hay injerto en la vida tampoco hay frutos. Podemos decir que los frutos son efectos del riego de la vid y, de la misma manera nuestras obras también serán efecto de nuestra relación con Dios.

Y eso se manifiesta y realiza con la oración. Ella es el agua que, no sólo riega nuestro corazón, sino que lo abona y los fertiliza cosechando  los dones necesarios para convertirlos en buenos frutos necesarios para el testimonio de nuestra fe. Porque, sin obras nuestra fe permanece seca hasta que llega a desaparecer.

Son necesarias en nuestra vida ambas actitudes, la de Marta como la de María, pero siempre priorizando que la de María es primordial, porque sin la Vida no habrá frutos, al menos esos frutos que requiere la vida cristiana y son producto del Amor de Dios.  Porque es la escucha de la Palabra la que nos da la sabiduría, fortaleza y la Gracia para, aplicándola a nuestra vida, dar esos hermosos frutos que testimonian el verdadero amor.